viernes, 28 de diciembre de 2007

25 de diciembre - Navidad 2007

Aprovecho el viaje de Sebastián, mi actual hermano de comunidad, para escribiros de nuevo.

Desde mi regreso a Bayenga he podido visitar casi todas las aldeas del territorio que comprende la parroquia. El gozo de reencontrarse con las personas conocidas, ahora con perspectivas nuevas de presencia y actuación, se mezcla con la tristeza y el dolor de ver cada vez más de cerca la opresión del pueblo pigmeo. Dispersos, desorientados, divididos según las necesidades de sus señores, pagados con una moneda que los esclaviza aún más (el alcohol o el hachís). Viven sin horizonte, olvidando tradiciones y raíces, perdiendo su dignidad por cuatro trapos viejos y sucios...

Sin derecho de réplica

La indignación aumenta cuando uno lee o hace memoria junto con los habitantes del territorio: siendo los primeros habitantes del territorio, no son contados ni como personas, no se les pide permiso para instalarse en el territorio ni para explotar los recursos de la selva; se les imponen nuevas leyes,... Extranjeros en su propia tierra.

Quizás el hecho de hablar ya algo de kiswahili me permite darme más cuenta de lo que se cuece. Esto facilita mucho las cosas, uno comparte más, entiende más, ama más y sufre más.

La salud es un problema urgente. Al no disponer de dinero, pues son pagados normalmente con el trueque y sin proporción directa con el valor de su trabajo, no pueden acceder a los medicamentos; una operación de hernia inguinal (65 $ aproximadamente) o una cesárea (25 $) están totalmente fuera de las posibilidades e incluso del pensamiento de un pigmeo en nuestra parroquia, sin contar el trato que reciben. Unos días antes de mi regreso murió un pigmeo (mbuti) por una hernia estrangulada que el enfermero no quiso operar, pues sabía que no sería pagado. Cuando están seguros de nuestra intervención para pagar la operación o el tratamiento de un pigmeo, los enfermeros del dispensario aumentan la suma a pagar, a veces dando más medicamentos de lo necesario o reteniendo al enfermo más tiempo internado,... En fin, que no hay justicia y nos vemos obligados a arar con estos bueyes, pues no disponemos de personal enfermero misionero a nuestra disposición (a ver si los laicos misioneros se animan), ni contamos tampoco con los medios para atenderlos. Nos limitamos a darles algunas medicinas genéricas para algunas enfermedades más recurrentes como la malaria, la disentería, “le pian”,...

En el último encuentro con los animadores de la pastoral pigmea, me dieron la relación de diversos hechos graves de explotación y me pidieron que fuera a hablar con el responsable. Espero su regreso de Isiro para encontrarlo.

Sueño con un equipo mixto (de misioneros sacerdotes, hermanos, hermanas y laicos) para llevar a cabo una pastoral más específica, que nos permita una mayor presencia, conocimiento de la realidad, reflexión, así como un mayor campo de acción (en más ámbitos: salud, educación de la mujer, recuperación de la cultura del pueblo, para que puedan así dialogar con las otras culturas no sólo asimilarse a ellas, justicia y paz...). Por ahora uno se ve desbordado por el trabajo de una parroquia con una mayoría de habitantes bantús que no deja mucho espacio para una pastoral más específica, que responda a una antigua pregunta que nuestro Padre bueno dirige a toda la Humanidad: “¿dónde está tu hermano?”

Bueno, en esta tarde de Navidad, en la que recordamos y esperamos la venida de nuestro Señor, quiero rezar con más fe y con más esperanza: “¡venga a nosotros tu Reino!”, a los que duermen fuera, a los que no cuentan, a los que no tienen otro a quien acudir... ¡venga tu Reino!

Desde esta oración os invito también a quienes me leéis a implicaros, ayudadnos a buscar vida y justicia, a dar vida, a mantenerla, a devolver el derecho de existir a estos nuestros hermanos. ¿Tenemos sitio para acoger a Jesús? ¿Tenemos tiempo? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar para acogerle, para dejarle vivir entre nosotros? ¿Qué estoy dispuesto a hacer para ello?

Como siempre últimamente, al releer lo escrito mientras me peleo con el sueño y el cansancio, me parece que no hay nada de concreto... en fin, a la carrera quería sólo saludaros y compartir con vosotros la esperanza del nacimiento de un Dios que opta por los últimos y que reina desde la debilidad. Que Él os bendiga con su paz.

Vuestro hermano, Andrés

¡De hoy no pasa! - Adviento 2007

Queridos amigos, hace mucho tiempo que no escribo. Como sabéis, los meses de agosto septiembre y octubre han sido un tiempo de gracia para mí como para otros 19 hermanos misioneros de la Consolata que rondamos los diez años de misa (algunos los superan, otros se acercan). Hemos tenido la oportunidad de retomar los libros, compartir y revisar nuestros años de consagración así como nuestro trabajo pastoral. ¡Apasionante! Escuchar los testimonios de años de misión vivida con intensidad, de búsqueda del Reinado de Dios...

Ya os contaré más despacio.

Ahora, sin mucho tiempo de batería, quiero hablaros de mi vuelta a Bayenga, en el Congo, y de nuestros hermanos bambuti:

El regreso ha sido un poco lento y brusco al mismo tiempo. Lento, por las combinaciones de vuelos que han alargado el viaje de vuelta: en total unos 20 días. Brusco, porque al regreso no he podido encontrar al hermano de comunidad, que me esperó pacientemente hasta que se vio obligado a salir de Bayenga antes de mi regreso, para poder aprovechar la última ocasión, por unos meses, para poder tomar su tiempo de reposo después de tres años por estas tierras.

Retomar todo y darme cuenta de lo acontecido durante los meses pasados no está siendo fácil para mí, aunque ya lo llevo con más serenidad. Una de las novedades que he encontrado es que han sido nombrados unos supervisores de los campamentos pigmeos, que deberían ayudarnos a saber cómo van aplicando los consejos sobre higiene, agricultura, escolarización de los niños... Mi sorpresa es que tales supervisores (bantús) están maltratando a los pigmeos (wambuti) de un modo exagerado, hasta el punto de que otros bantús han venido a darme parte. Les hacen trabajar desde las cinco de la mañana en sus campos (los de los supervisores), transportar material de construcción para las casas de los supervisores (troncos de árboles, paquetes de hojas para hacer los techos, lianas), alimentos... Lo peor es que les obligan a hacer estos trabajos justo en la época de preparar los campos para sembrar y de la cosecha, sin pagarles, o bien dándoles un pedazo de tela vieja o un poco de bebida... En caso de negarse a hacer dicho trabajo, los pigmeos son maltratados a bastonazos, llegando hasta hacerlos sangrar seriamente.

Evidentemente, los supervisores tienen lazos estrechos con los jefes administrativos, es decir, jefes de comarca o de colectividad (quizás se correspondan con el alcalde y el gobernador del territorio), lo que parece darles una cierta seguridad a la hora de actuar. Cierto, será la mentalidad, pero con todos los respetos, es una mentalidad que puede cambiar por justicia, por dignidad, por humanidad, por amor de Dios y de sus hijos.

En fin, parece que comenzamos ya el via crucis que había que recorrer. Toca escuchar a quienes nombraron a estos supervisores, comprender las razones y la finalidad primera de su trabajo y, también tomar decisiones al lado de quienes sufren injustamente. Optar por el pobre, optar por acoger amar y servir a Jesús en el pobre pasa por el conflicto con “el poder” de diferentes estatus. El tiempo de adviento es eso, ponerse a trabajar para acoger el Reinado de Dios, su Palabra entre nosotros. Hoy las palabras del evangelista Mateo resonaban con fuerza en nuestra parroquia: “Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que se avecina? Dad frutos de conversión...” y no os sintáis seguros de vuestra posición o de vuestra familia o de vuestros títulos o de vuestras tradiciones...

Espero que nuestro Padre Bueno nos dé la sabiduría y el valor suficientes para el camino.

Me estoy durmiendo, la jornada ha sido larga. He celebrado la misa en una capilla lejana de la parroquia (Yamo) y he aprovechado para visitar un campamento pigmeo que, por las ironías de la vida, se llama “Salisa”, que quiere decir “ayuda”; en cambio es el campamento más cercano al jefe de colectividad y , por tanto, el que le viene más a mano para hacerse servir en los diferentes trabajos que emprende.

Un abrazo y no nos olvidéis en vuestras oraciones ni en vuestras acciones.

Vuestro hermano Andrés.